A veces las cosas bailan


A veces, si no me concentro lo suficiente, puedo ver como las paredes y las superficies a mi alrededor comienzan a moverse con una ligera brisa. Siento como si las paredes dejaran de ser y pasaran a tomar decisiones. Como si una dijese "esto es aburrido, yo quiero bailar". Y comienza a sacudirse, con ritmo, constante, con cierto tono. La pared a lado deja de serlo y resuena. Sus movimientos son diferentes y el borde que las separa comienza a desdibujarse. Ahora son una. No una pared, solo un ente meneándose bajo su propio ritmo. Y de alguna manera, parece disfrutarlo. Algunos objetos alrededor han tomado mi embelesamiento con los muros para hacer de las suyas. Un pequeño toro se mueve de un lado a otro, como si fuera una seta que ha tomado vida y aún prendada, no divorciada, de la tierra se mueve con ésta. Gira con rapidez, frena, se menea un poco y vuelve las caderas para repetir el proceso. No tiene ojos, ni una mirada, pero siento que me observa. Es como si me preguntase lo que pienso de aquellas formas que es capaz de dibujar. Ah, entiendo, era mi lápiz el que ahora se mueve en ton y son. Yo tenía un ropero, recuerdo, pero ese ropero se ha unido con las olas del mar que me rodean. Las surfea, igual bailando, todos menos yo parecen disfrutar de mover sus cuerpos hechos de madera, concreto y grafito.

No escucho la música que todos parecen seguir, aunque siento el ritmo. Mis caderas retumban y siento que debería de moverme. Es una fiesta en la que no me siento mal. Es la primera en la que no me siento sin ton, a pesar de que no sé bailar tan bien como la seta-lápiz que se menea sobre el animado escritorio. Comienzo a moverme, echo los hombros a un lado y luego al otro con rapidez. No soy ágil de caderas pero de alguna manera logro disfrutar del ritmo. El suelo pierde su rigidez bajo mis pies. No me importa. Sigo con el ritmo y me vuelvo uno con los movimientos telúricos. Disfruto, la seta-lápiz disfruta conmigo. Me uno y me divido en varias partes, cada una se fusiona con distintos objetos danzantes de la habitación. Disfruto dividido, cada parte disfruta con su compañero. Dejo de sentir el cuerpo y la conciencia. Ahora solo siento ritmo. Ritmo. Solo soy un tono. Un simple vaivén.

Mi hombro me habla. Recuerdo que tengo un hombro. Persiste con una voz persistente y chillona. Sí, estoy seguro que tengo un hombro, pero dónde está. Comienza a tocarme y a tocarse, el hombro persiste en su llamado. "¿Qué quieres?" pienso en preguntarle, y no lo encuentro. El hombro me llama y llama. Manos, recuerdo que las tengo, y les digo que busquen a hombro. Estas me contestan con un "¿qué?". ¿Dónde están mis manos? El hombro sigue llamando, comienza a molestarme, como si tuviese un peso sobre éste, no un peso enorme, solo una molestia. Como si alguien hubiese tomado una hoja de papel y la hubiera pegado a mi hombro con un líquido tan molesto como efectivo en molestar. "Hombro, hombro" llamo yo. Encuentro mis rodillas y estas me dicen que pies tal vez han visto a hombro. Busco por pies y hombro. Encuentro a pies y me dicen que codos tal vez han visto a hombros. Pues claro que tienen que haberlo visto, viven cerca, son vecinos. "¿No somos todos vecinos?" me contestan pies con una naturalidad que me parece irritante. La seta-lápiz baila hasta mí, o yo me tropiezo con ella, y me dice que ha visto a hombros. "Están con entrepierna, bailando samba”. Navego entre el mar de movimientos que es aquel lugar. Esquivo a guardarropa y a clóset. Parecen estar disfrutando del rato. En lo que alguna vez fue una esquina, hombros está con entrepierna. Los diviso y grito, rompiendo el ritmo a mi alrededor. Todos los entes que bailaban con felicidad y ebriedad se detienen en seco y dirigen miembros y formas que parecen inspirar la silueta de una mirada. Lo ignoro y me acerco a hombros. "Tienes que volver" me responde uno de ellos, "alguien te llama con insistencia". Y cada parte de mi cuerpo se separa del resto de los muebles de la habitación. En un instante todas aquellas formas orgánicas dejan de serlo y se transforman en cuatro paredes, el suelo se vuelve firme y con ello mis pies dejan de flotar para volver a su trabajo.

De nuevo soy uno y la molestia en mi hombro se aligera. "Dime", respondo a mano, “más vale que sea importante, era la primera vez que bailaba de esa manera”.

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De videojuegos, habilidades, ficción y hacer todo eso

Imagen por J. J. Grandville

Los videojuegos no son un escape, porque forman parte de nosotros. Así como la televisión, la música, los libros, todo tipo de ficción, no son un escape. Forman parte del momento y lo vivimos. Tal vez nos ayuden a relajarnos, como un helado de limón en el parque también nos ayuda a relajarnos. Algunos se relajan con el atosigante ruido de una fiesta, otros con el mágico silencio de un libro y unos más con videojuegos. Ninguno es un escape, son solo diferentes maneras de sentir y por sentir, de experimentar y usar el tiempo que tenemos. De sentir cosas diferentes, cosas que nunca podríamos sentir en nuestros pocos años de vida. Aquella es la ficción y algunos dicen que ese es su principal trabajo. Pero no son un escape, son solo una experiencia más.

No todos los videojuegos relajan, algunos hacen que nuestros músculos se preparen, otros más pueden incluso llegar a ser estresantes, y eso es lo interesante. Son solo una forma más de sentir, de formar parte de nuestro día a día y enriquecerlo con experiencias. Algunos videojuegos pueden llegar a ser tan complicados que requieren horas y horas de estudio para poder enfrentarse finalmente a esos pixeles animados, aquello no es un escape, así como no lo es usarse horas y horas en estudiar aquel libro de matemáticas. Ninguno es un escape. Cada uno es interesante, cada uno ocupa nuestra mente en complejas tareas y nos permite sentirnos satisfechos, degustar el momento de aprender o, tal vez prefieren algunos más, sentir el gozo de la victoria cuando al fin se resuelve aquella ecuación o se completa aquel nivel. Saber completar ese videojuego puede no ser útil fuera del mismo, como resolver esa ecuación puede no ser útil fuera del campo de las matemáticas, pero cada uno es interesante y es una habilidad. Porque cada uno es una experiencia, un experiencia que puede servir como una semilla para la creatividad. Para una idea futura, para resolver un problema completamente alejado de esa disciplina. La habilidades que, aparentemente son inútiles fuera de su campo, no dejan de ser una experiencia y aquella forma de pensar e ideas que obtenemos pueden resultar útiles a un nivel creativo. Nunca hay error en aprender algo, nunca, por más inútil o desfasado se encuentre. Algunas personas desechan el esfuerzo que invierten algunas más en aprender idiomas ficticios o aprender los detalles de un mundo de ficción, pero aquella habilidad suma, suma y suma para la creatividad futura. No existen habilidades inútiles ni conocimiento inservible. Después de todo, lo que vivimos para obtenerlo forma parte de nuestros recuerdos y nuestra experiencia, y como tal forma parte de nosotros. Además de que es divertido aprender algo que a uno mueve. Apasionarse, investigar, aprender, sentirse vivo e invertir cantidades gozosas de energía en algo, en un tema, en una tarea, en una obra, en una disciplina.

No quiero decir que los videojuegos son un escape, porque no lo son. Están dentro de nosotros. Forman parte de nuestro tiempo. Usamos nuestra vida, nuestros sentidos, nuestro tiempo y energía en ellos. Formamos recuerdos con ellos, aprendemos con ellos y sentimos, sentimos auténticamente con ellos. Nos esforzamos dentro y fuera de ellos. Crecemos como personajes de ficción y como personas. Desarrollamos habilidades. Habilidades que pueden a veces servir solo dentro del videojuego, pero habilidades finalmente.

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¿Por qué el universo habría de tomarse la molestia de existir?

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Es una molestia existir. Primero te tienes que crear a ti mismo porque no hay nadie que te eche la mano. Luego, tienes que verter el tiempo y las dimensiones a todo tu alrededor y cuidar que las partículas se lleven bien. Si eso no fuera suficiente, luego te tienes que aburrir esperando a que las galaxias comiencen a hacer lo suyo. Lo peor de todo es que ya que te estableciste en el vecindario, tienes que cuidar que no se te derramen las galaxias mientras estas siguen creciendo y hacen su propia vida. Ah, y vida, esa cosa que solo da dolores de cabeza. Si no usas preservativo puedes terminar desarrollando humanitos. Y esos, esos son unas cositas súper minúsculas pero tan problemáticas como las galaxias. Primero, tienes que cuidar que no se maten entre ellos, segundo tienes que mantenerte al tanto de sus modas y sus costumbres y lo que consideran genial para que no conozcan todo sobre ti. Y tercero, por si esos malagradecidos no dieran suficiente trabajo, tienes que cuidar que no destruyan uno o dos planetas.

Aunque, eventualmente tienes que dejar volar a tus humanitos. Esos pequeñines no pueden estar por siempre existiendo. Así que haces pum, y su sistema planetario desaparece con ellos. Pero no te preocupes, eres vasto, y si quieres humanitos de nuevo, puedes tenerlos en cualquier otra zona. Más tarde, cuando hayas crecido y te des cuenta que te estás volviendo viejo y decrépito más y más rápido, te darás cuenta que esas cositas con sus manitas repletas de pólvora y armas de destrucción masiva te hacían pasar un buen rato.

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La humanidad y sus nombres

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La especie humana está obsesionada con nombrar todo. Nombramos cosas que podemos sentir, cosas que podemos ver, cosas que podemos oler; si lo podemos percibir, le ponemos un nombre y luego nos vamos a dormir satisfechos. Estamos tan obsesionados con los nombres que le ponemos nombre a los fenómenos y a lo intangible. Si sucede, hay que ponerle un nombre. Y de nuevo nos llenamos el pecho de aire y nos vamos satisfechos a la cama. Llegamos a tal punto con la obsesión de nombrar cosas que incluso tenemos un puñado de grafos y sonidos para las transiciones entre dos nombres. Si puedo pensar en algo que ya tiene nombre y una segunda cosa igual, ¿Cómo diantres se llama lo que está en medio? Exista o no exista, le ponemos un nombre. Ah, y luego terminamos en la cama roncando. El colmo es que la especie humana es imaginativa, es capaz de pensar y es consciente de ello, así que también hay que ponerle nombre a todo lo que se puede pensar, y a ese mecanismo que nos permite ponerle nombre a las cosas. Ah y claro, somos humanos así que hay que dividir en pequeñas piezas ese mecanismo y ponerle nombre a cada una.

Y somos buenísimos para nombrar cosas porque viene alguien, mira una piedra y le llama piedra. Le dice a todos a su alrededor que esa cosa tiene el nombre de piedra y así deberíamos llamarle todos para entender que nos referimos al mismo bulto. Entonces esa persona va y se le ocurre morirse. Y ya no puede decirle a otra gente que se le ocurre nacer que el le puso ese nombre a esa cosa llamada piedra, pero hay otros vivos y no tan vivos que saben que se llama piedra pero no se acuerdan de donde salió el nombre, así que le dicen a la gente nueva que esa cosa se llama piedra y listo. Así, eventualmente viene alguien y le llama diferente a la piedra, y el resto toma de loco a este loco. ¿Por qué se llamaría otra cosa sino piedra? La misma cosa se llama piedra, así le hemos llamado desde siempre o al menos desde que tenemos memoria, por lo tanto el nombre de esa cosa debe ser piedra. Es como si ese bulto hubiese nacido con el nombre de piedra: un humano se tropezó con la piedra y esta le dijo que anduviera con más cuidado, ah y que por cierto, su nombre es piedra. Se nos olvida que uno de nosotros le puso ese nombre. Ese bulto no se llama piedra. No sabemos como se llama, lo más probable es que los nombres sean algo irrelevante para el bulto, después de todo no forma parte de la especie obsesionada con nombrar cosas.

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La magia de la mediocridad repetida

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La mediocridad es terrible. No solo por sus resultados sino por el efecto que la repetición puede tener en la persona. He estado en esa situación. Estoy cansado, simplemente no tengo ganas de hacer, ando distraído, algo pasa en mí que me hace rendirme, que me hace decir 'ya, así está bien' y lo dejo todo. Simplemente no me esfuerzo más. Me conformo con que aquello que estuviese haciendo se vea medio bien o medio funcione. Me conformo. Y no tiene nada de malo. Somos humanos, nos cansamos, nos aburrimos. El problema es cuando se hace seguido y se vive en un ambiente donde todos a tu alrededor lo hacen continuamente: Empiezan más de lo que terminan, se excusan constantemente. Uno termina acostumbrándose a la mediocridad.

No hablo de que, por arte de magia, uno se vuelva mediocre al ver a otros y descuide todo a su alrededor y termine como en una película trágica de guión, irónicamente, mediocre. No. Hablo de ciertos puntos. De ciertas maneras. De ciertos estilos y métodos. Cuando uno es mediocre de manera repetida, sea la razón por la que sea, en cierto aspecto, uno termina acostumbrándose a aquello. Son pequeñas partes de nuestro día a día que no hacemos de la mejor manera. Hablo de dejar algo sucio por aquí simplemente porque rara vez lo usa uno. O elegir métodos más sencillos pero medianamente efectivos para hacer algo. Son pequeñas cosas, pequeños quehaceres que hacemos a medias. Porque ahorramos tiempo, porque ahorramos energía.

Nunca debe uno justificar sus actos mediocres. Todos nos cansamos, nos agotamos, perdemos la energía, o esta simplemente se desvía. Es normal. Pero se debe tener cuidado. Ser consciente de la repetición de estos actos.

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