Imagen por Charles-François Daubigny |
La especie humana está obsesionada con nombrar todo. Nombramos cosas que podemos sentir, cosas que podemos ver, cosas que podemos oler; si lo podemos percibir, le ponemos un nombre y luego nos vamos a dormir satisfechos. Estamos tan obsesionados con los nombres que le ponemos nombre a los fenómenos y a lo intangible. Si sucede, hay que ponerle un nombre. Y de nuevo nos llenamos el pecho de aire y nos vamos satisfechos a la cama. Llegamos a tal punto con la obsesión de nombrar cosas que incluso tenemos un puñado de grafos y sonidos para las transiciones entre dos nombres. Si puedo pensar en algo que ya tiene nombre y una segunda cosa igual, ¿Cómo diantres se llama lo que está en medio? Exista o no exista, le ponemos un nombre. Ah, y luego terminamos en la cama roncando. El colmo es que la especie humana es imaginativa, es capaz de pensar y es consciente de ello, así que también hay que ponerle nombre a todo lo que se puede pensar, y a ese mecanismo que nos permite ponerle nombre a las cosas. Ah y claro, somos humanos así que hay que dividir en pequeñas piezas ese mecanismo y ponerle nombre a cada una.
Y somos buenísimos para nombrar cosas porque viene alguien, mira una piedra y le llama piedra. Le dice a todos a su alrededor que esa cosa tiene el nombre de piedra y así deberíamos llamarle todos para entender que nos referimos al mismo bulto. Entonces esa persona va y se le ocurre morirse. Y ya no puede decirle a otra gente que se le ocurre nacer que el le puso ese nombre a esa cosa llamada piedra, pero hay otros vivos y no tan vivos que saben que se llama piedra pero no se acuerdan de donde salió el nombre, así que le dicen a la gente nueva que esa cosa se llama piedra y listo. Así, eventualmente viene alguien y le llama diferente a la piedra, y el resto toma de loco a este loco. ¿Por qué se llamaría otra cosa sino piedra? La misma cosa se llama piedra, así le hemos llamado desde siempre o al menos desde que tenemos memoria, por lo tanto el nombre de esa cosa debe ser piedra. Es como si ese bulto hubiese nacido con el nombre de piedra: un humano se tropezó con la piedra y esta le dijo que anduviera con más cuidado, ah y que por cierto, su nombre es piedra. Se nos olvida que uno de nosotros le puso ese nombre. Ese bulto no se llama piedra. No sabemos como se llama, lo más probable es que los nombres sean algo irrelevante para el bulto, después de todo no forma parte de la especie obsesionada con nombrar cosas.
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