Ilustración por Luis Zuno |
La mediocridad es terrible. No solo por sus resultados sino por el efecto que la repetición puede tener en la persona. He estado en esa situación. Estoy cansado, simplemente no tengo ganas de hacer, ando distraído, algo pasa en mí que me hace rendirme, que me hace decir 'ya, así está bien' y lo dejo todo. Simplemente no me esfuerzo más. Me conformo con que aquello que estuviese haciendo se vea medio bien o medio funcione. Me conformo. Y no tiene nada de malo. Somos humanos, nos cansamos, nos aburrimos. El problema es cuando se hace seguido y se vive en un ambiente donde todos a tu alrededor lo hacen continuamente: Empiezan más de lo que terminan, se excusan constantemente. Uno termina acostumbrándose a la mediocridad.
No hablo de que, por arte de magia, uno se vuelva mediocre al ver a otros y descuide todo a su alrededor y termine como en una película trágica de guión, irónicamente, mediocre. No. Hablo de ciertos puntos. De ciertas maneras. De ciertos estilos y métodos. Cuando uno es mediocre de manera repetida, sea la razón por la que sea, en cierto aspecto, uno termina acostumbrándose a aquello. Son pequeñas partes de nuestro día a día que no hacemos de la mejor manera. Hablo de dejar algo sucio por aquí simplemente porque rara vez lo usa uno. O elegir métodos más sencillos pero medianamente efectivos para hacer algo. Son pequeñas cosas, pequeños quehaceres que hacemos a medias. Porque ahorramos tiempo, porque ahorramos energía.
Nunca debe uno justificar sus actos mediocres. Todos nos cansamos, nos agotamos, perdemos la energía, o esta simplemente se desvía. Es normal. Pero se debe tener cuidado. Ser consciente de la repetición de estos actos.
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