Foto por Ben
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Te encuentras trabajando y de repente salta una notificación de que debes instalar actualizaciones en la PC, tu celular suena con una llamada entrante, salta en tu escritorio una notificación de un nuevo tweet, escuchas un ligero pitido que de inmediato identificas como alguien que te está hablando por medio del chat, tu celular suena de nuevo esta vez con un mensaje de Facebook... Y así sigue, las notificaciones se pelean por captar nuestra atención. No has terminando de atender una cuando otra ya está sonando, saltando de aquí allá solo por unos segundos de tu atención.
A la larga, el cerebro se acostumbra, forma nuevos caminos dentro del enredado misterio que es, esas conexiones están ahí listas para atender todas esas alarmitas y hacerse más diestro en ello. Al precio de arriesgar nuestra capacidad de concentración. Tal es el fenómeno, que he conocido personas que simplemente ya no distinguen una notificación de algo verdaderamente urgente. No pueden separar el concepto 'notificación' de su programa favorito o red social. 'Así funciona' me dicen.
Con cada nueva distracción, tu cerebro tiene que hacer un reajuste, pasar de una actividad a otra, esto requiere energía y rompe con esa preciada concentración. Al poco, perdemos la capacidad de concentrarnos realmente, por que estamos alertas a un nivel inconsciente, esperando por la siguiente notificación.
Por que nos gusta tanto ver esas pantallas que anuncian algo nuevo.
Nos gustan las notificaciones, por que contienen información para nosotros, son el camino a algo que nos interesa. Nos gusta la información, recibirla a pequeños trozos y pasar al siguiente tema en un instante. Así es como nos ha acostumbrado Internet. Las notificaciones indican algo nuevo, algo que debemos atender, hay algo que nos necesita. Muchas veces es de una red social, nos alegramos(a veces conscientemente, otras inconscientemente) cuando nuestro celular suena o cuando recibimos un nuevo tweet dirigido solo a nosotros.
Adoramos esas notificaciones por que nos hacen sentir parte de algo. Sin ellas, nos sentiríamos aislados, todo ese mundo girando allá afuera y nosotros sin enterarnos. Son, lo que los psicólogos llaman, 'refuerzos positivos'. Vemos la alarma, la atendemos y obtenemos esa pequeña recompensa. Todo para hacernos esperar por la próxima y sentirnos igual.
Foto por Johan Larsson
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Vivir sin notificaciones: Concentración.
Yo vivo sin notificaciones. Aún así, no me pierdo nada. Tengo todas desactivadas. Tengo apagadas todas esas pequeñas alarmas y ventanitas que salían al recibir un nuevo tweet, de un juego, del chat y de cualquier otra cosa. En la PC, de la misma manera, no hay nada que se interponga y salté como por arte de magia requiriendo mi atención.
Es posible vivir sin notificaciones, es una vida más tranquila y eres capaz de concentrarte.
Intentalo. Evalúa todas esas cosas que te notifican algo en tu día a día, preguntante '¿Realmente necesito enterarme de inmediato?'. La mayoría de las cosas pueden esperar, empujalo al final del día y revisalo todo como un grupo. Desactiva todas las notificaciones de golpe, solo deja las que realmente son importantes, son dos y hasta 3 máximo. Podrían ser las llamadas entrantes en tu celular, tal vez las alarmas que indican cuando debes hacer tal cosa en tu agenda electrónica o lista de tareas y... nada más.
No necesitas que todas las redes sociales te indiquen algo, no trabajas ahí. No te deja nada. Solo te roba tiempo y concentración. Cualquier cosa que no sea esencial, puedes revisarlo más tarde, la información va a seguir ahí.
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