El pastel que ciertamente sabía a pastel

Foto por Cristóbal

Hace un tiempo me comí una rebanada de pastel. Era un pastel sencillo. Fue un capricho, simplemente me hice con el primero que vi. No lo conseguí en una pastelería especializada. Era un pastel, simplemente un pastel. Lo saboree. Su sabor era el esperado. Era un pastel que ciertamente sabía a pastel. Tenía un decorado sencillo con merengue. Todas las rebanadas eran iguales, cada una con la misma cantidad de decorado que la de a lado. Había un toque de fresa en la parte superior y otro más en el medio. Era un pastel blanco y rojo. Era un pastel que ciertamente sabía a pastel. Antes de eso, había tenido muchos pasteles. Todos tenían algo peculiar, todos tenían un sabor que acompañaba ese sentido inicial que tienen todos estos postres. Pero este, este en peculiar simplemente era un pastel que sabía a pastel y solo eso. Cumplió sus expectativas, todas y cada una de ellas. Me llevé aquel pastel a la boca esperando un sabor a pastel, un dulzor, la consistencia de la masa esponjosa pero ligeramente húmeda, un toque de fresa por aquí y otro más de merengue por allá. Tenía todo lo que esperaba. Y ese era precisamente el problema.

Era solo un pastel que ciertamente sabía a pastel y no podía culparlo por ello. El pastel era simple. Su sabor no me sorprendió. La masa no tenía un pequeño gusto de algo que no pudiera mencionar y luego pudiese describir como «tenía un no sé qué que me encantó». No tenía nada de eso. Sin embargo, el pastel, a su vez, no tenía nada de malo. Era un pastel que ciertamente sabía a pastel. Si alguien me preguntase por él antes de comprarlo no podría darles razones para devolverlo al mostrador y escoger otro. El problema es que tampoco podría dar razones para recomendarlo. «Es un pastel que ciertamente sabe a pastel» no es una recomendación que diga mucho.

Ese pastel es como muchas fotografías allá afuera. Como muchas piezas de ficción, como muchas ilustraciones, como, bueno, muchos pasteles también. Muchas obras artísticas que simplemente son obras artísticas. No tienen nada de malo, pero tampoco sorprenden. La creatividad es ese «tiene un no sé qué que me encanta» que hace que un pastel tenga nueces, a lo mejor un sabor ligero a cajeta en la masa o en el betún. Tal vez el pastel con tocino no haya sido una buena idea, en realidad fue una idea terrible. Pero fue precisamente ese pastel con sabor a pies que le permite a uno experimentar con cosas mejores.

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