Foto por Cristóbal |
A veces me encuentro con alguien en la misma situación que viví hace tiempo. Una situación que superé muy difícilmente. Sea un problema, un simple dilema. Me enseñó, me costó y lo aprecio. Años más tarde es como si viera mi pasado en alguien más. Me encuentro con una persona, un conocido, alguien que veo todos los días y, por alguna razón, termino enterándome de su situación.
La batalla interna.
Es en ese momento en que inicia una batalla. Una pelea muy dentro de mí. Una parte de mí quiere acercarse a esa persona, contarle lo que viví y lo que sufrí cuando me vi en su situación. Decirle todo lo que tuve que hacer para sobrellevarlo, para superarlo, para salir de ahí. Pero hay otra parte de mí que no le quiere decir nada. Esa parte de mí, quiere sentirse bien, quiere que yo me sienta triunfante. Porque ese problema, ese dilema que viví y superé me hace único. Saber lo que tuve que pasar y como no tuve a nadie para ayudarme me hace sentir que aquella persona debería de vivir lo mismo. Y me siento horrible. Me siento horrible porque me doy cuenta que soy capaz de dejar a alguien más en una situación similar y yo, que puedo hacer algo al respecto para ayudarlo, decido no hacerlo solo para sentirme bien, para sentirme único. Incluso llego a decirme que es lo justo. Nadie me ayudó en ese entonces, por qué esa persona que está pasando por lo mismo debería de tenerlo más fácil.
No hay respuestas correctas.
Lo cierto es que esa batalla interna es inútil. Porque no existen respuestas correctas. Hay problemas o situaciones que no tienen respuestas correctas o salidas mejores que otras. Simplemente son respuestas, son formas de sobrellevar lo que uno se encuentra por la vida. Y eso es lo interesante, como cada uno de nosotros es capaz de enfrentar los mismos problemas y encontrar salidas tan dispares. Para un día encontrarnos y sorprenderemos como alguien resolvió lo mismo que nosotros vivimos utilizando un método completamente diferente. Y eso es lo que nos hace interesantes.
He notado que cuando me encuentro en dicho dilema y mi mente empieza a debatir, la dejo exponer sus razones y mis sentimientos, y simplemente la ignoro. Lo que hago es acercarme a esa persona y escucharla. Intento averiguar como llegó a ese problema y que tiene pensado para salir de él, para resolverlo. A veces me sorprendo como algunas personas resuelven de manera tan drástica el mismo problema en el que tanto tiempo invertí. En este caso, simplemente los escucho y me alejo, no les cuento lo que yo viví y como lo resolví. Pero a veces me encuentro con personas más desesperadas, personas que parece se han hundido más en el mismo problema del que yo salí hace mucho. En esas situaciones escucho primero, siempre hay que escuchar primero y luego, de manera sencilla y sin referirse o enlazar nada, cuento lo que yo viví y como salí de ello. Intento no relacionar mi situación con la de esa persona directamente, que eso lo haga el o ella. Simplemente cuento lo que yo viví como una historia más, como algo que recordar, como una charla ligera para pasar el tiempo. No sugiero nada, no hablo del problema de esa persona, no doy ningún tipo de indirecta. Solo cuento. De esta manera, aquella persona es libre de tomar y aprender lo que quiera de mi experiencia, sin sentirse obligada o pensar que es la única forma de resolver las cosas. Tal vez mi experiencia le sirva como inspiración para crear su propia solución.
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