Foto por Mark Grapengater
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Supongamos que alguien enfrente de ti cuenta un chiste o hace algo gracioso, tu tienes dos opciones, reír o no reír. Si ríes, quien hizo ese algo gracioso es la causa y tu risa el efecto. Si hay más personas alrededor, cada una experimenta este proceso.
Pero hay personas que ríen de una manera graciosa, su simple risa causa risa, lo que provocaría que el efecto fuese una causa: Alguien hace reír, una persona ríe y alguien más —que no se ha enterado de la razón tras las carcajadas— se ríe de la risa de la otra persona. Lo que se tiene aquí es una causa, un efecto como resultado, y a su vez, este efecto es también una causa de otro efecto. Causa-efecto/causa-efecto. Si esa segunda persona también resultara ser poseedor de una de esas carcajadas tan contagiosas, el proceso se repetiría: Causa-efecto/causa-efecto/causa-efecto. Así es como un efecto puede ser una causa al mismo tiempo. Pero, aquí hay que andar con cuidado, porque un efecto puede ser una causa de un efecto secundario, pero un efecto no puede ser una causa de si mismo.
Resulto soltar una que otra carcajada en público sin la mayor aparente razón y esto me pasa cuando voy divagando o filosofando sobre el sabor de la mermelada de fresa (por ejemplo cuando camino del punto A al punto B) suelo acordarme de viejos chistes o momentos que resultaron en desternillantes carcajadas de mi parte. En ese instante, en el momento en que alguien se ríe sin razón aparente, es cuando aún se sigue la clásica de la causa y efecto: Para reír se necesitan dos personas, el que ríe y el que hace reír. En este caso, quien ríe es uno mismo y quien hace reír es también uno mismo. Pero siguen siendo dos personas, el hecho de recordar ese momento jocoso es la causa, es esa persona que está haciendo reír, y quien ríe es uno mismo. La memoria es la causa, la risa es el efecto.
¿Cuando has reído y a base de ello se te ha ocurrido un chiste? Primero es el chiste, luego la risa.
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