Foto por Cristóbal
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Un animal, un lobo por ejemplo, se guía mayormente de sus instintos, nace siendo lobo y de cierta forma sabiendo que debe de hacer cada día de su vida hasta el último momento, la respuesta está en sus instintos. Incluso esas formas descritas por una que otra religión, los ángeles; podrán ser inmortales, pero no son muy diferentes de un lobo, su esencia precede a su existencia porque son mensajeros de una fuerza mayor, durante toda la eternidad. Saben que hacer, siempre. Su esencia es primero, son ángeles o lobos antes de existir.
Pero los seres humanos somos fascinantes, somos los únicos que existimos antes de ser. Somos un saco de carne lleno de libertades, porque no nacemos con una misión ni con una serie de instintos encadenantes. No sabemos que hacer, nunca, pero eso es lo divertido. Incluso, nuestra existencia precede a nuestra esencia con tal fuerza que solo necesitamos echar un vistazo a nuestro interior. Todos llevamos un pedazo de universo dentro de nosotros porque los elementos pesados de los que estamos formados solo pueden ser creados —fusionados— en el volátil y violento interior de una estrella. Pensar que los átomos que forman mis órganos alguna vez estuvieron dentro de una estrella, vivieron junto a ella milenios y milenios, y un día simplemente salieron despedidas a velocidades increíbles. Lo que está dentro de mí viajó por todo el espacio, pero su historia no acabó ahí. Esos átomos, ese conjunto de elementos puros, tuvo la suerte de toparse con más amigos, hasta que se apilaron unos sobre otros y formaron planetas, estrellas y todo un nuevo sistema. Y de ahí, de todo ese caos venimos.
Eso, eso nos hace fantásticos.
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